09 de Febrero de 2014
Pobreza y desigualdad
En el Paraguay existe menos pobreza y desigualdad de lo que creen los
Gobiernos, según el Dr. Wagner Enis Weber, egresado de la prestigiosa
Fundación Getulio Vargas del Brasil. No estaríamos tan mal como nos
presentaban los datos que habitualmente se manejan a nivel local como
internacional, lo que debería complacernos a todos, salvo a quienes
tienden a distorsionar la realidad por razones ideológicas, económicas o
algún interés político oculto. El Dr. Weber desmiente la opinión
generalizada de que el crecimiento económico del Paraguay no está
beneficiando a los pobres y afirma que, cualquiera sea el método
empleado, la pobreza está disminuyendo. Pero más allá de sus
estimaciones, el informe vuelve a evidenciar que uno de los grandes
problemas con que tropezó y tropieza la acción del Gobierno nacional es
la falta de información confiable que existe en nuestro país. Si se
quiere combatir seriamente la pobreza y desigualdad, se debe saber
cuántos son los afectados, dónde están y quiénes son.
En
el Paraguay existe menos pobreza y desigualdad de lo que creen los
Gobiernos, según el Dr. Wagner Enis Weber, investigador egresado de la
prestigiosa Fundación Getulio Vargas del Brasil. No estaríamos tan mal
como nos presentaban los datos que habitualmente se manejan a nivel
local como internacional, lo que debería complacernos a todos, salvo a
quienes tienden a distorsionar la realidad por razones ideológicas,
económicas o algún interés político oculto.
En otro orden, hay organizaciones no gubernamentales que reciben fondos de los países ricos para paliar los dramas sociales, pero también para abonarles altos sueldos a sus gestores. Igualmente están, por ejemplo, los que buscan motivos para el lamento cotidiano, sin proponer medidas para remediar la triste situación. Para todos ellos es una pésima noticia la que el economista brasileño dio en una larga y muy aclaratoria entrevista publicada por nuestro diario, apoyado en atinadas consideraciones metodológicas y datos comparativos elocuentes.
Hasta ahora, los quejosos habían tenido la gran ventaja de no ser desmentidos ni siquiera por las estadísticas oficiales. Es que hasta ahora a las autoridades nacionales no les molesta que el Paraguay figure entre los países más pobres, ya que así fluyen con mayor facilidad los “préstamos para el desarrollo” cuyo manejo resulta muy rentable para los funcionarios gubernamentales del área.
Dado que las Encuestas de Hogares mostraban una gran reducción de la pobreza extrema en el interior del país y un aumento en la Gran Asunción, en febrero de 2008, bajo el Gobierno de Nicanor Duarte Frutos, a la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (DGEEC) se le ocurrió –no podemos suponer que con mala intención– alzar arbitrariamente el costo de la canasta básica para medir la pobreza en el área rural y bajó el costo de la usada para medir la pobreza en el área metropolitana, con el resultado de que la pobreza extrema en todo el país llegó ese año al 19%, cuando según los precios manejados hasta entonces debería haber sido del 14,3%. Si se usara la metodología del Banco Mundial –un valor en dólares diario como ingreso mínimo– la pobreza extrema habría sido en 2010 de poco más del 7%, a diferencia del 18% de la última cifra oficial, que data de 2011, atendiendo a los parámetros expuestos por el investigador brasileño.
El Dr. Weber desmiente la opinión generalizada de que el crecimiento económico del Paraguay no está beneficiando a los pobres y afirma que, cualquiera sea el método empleado, la pobreza está disminuyendo, pues de lo contrario no se explicaría un aumento anual del consumo de entre el 20 y el 30%. El propio Banco Mundial habría detectado que, entre 2002 y 2010, la participación de los más pobres en el ingreso total subió de 2,5% a 3,3%, en tanto que la de los más ricos bajó del 60 al 56%, lo que sería la segunda mayor caída de la desigualdad en América Latina después de Brasil. Ciertamente, no resulta asombroso que, según el entrevistado, en el mismo lapso haya crecido espectacularmente la compra de bienes durables –heladeras, televisores, teléfonos móviles, motocicletas– por parte de la población de menores ingresos. La percepción visual de la gente del consumo a lo largo de estos años coincide con esa afirmación. Si en la capital hubo un aumento de la desigualdad es porque los aumentos salariales de los funcionarios públicos de Asunción fueron muy superiores a los de los trabajadores del sector privado, como ya se señaló más de una vez. Según el estudio, la reducción de la desigualdad a nivel nacional se debe a los agronegocios, al generar dólares que en buen porcentaje permanecen en el entorno de las fincas productivas y tienen un gran efecto multiplicador. La estabilidad del guaraní hizo que el trabajador paraguayo triplicara su ingreso en dólares en los últimos diez años, disminuyendo así la pobreza y la desigualdad.
Más allá de sus estimaciones, el Dr. Weber vuelve a evidenciar que uno de los grandes problemas con que tropezó y tropieza la acción del Gobierno nacional es la falta de información confiable. Por lo tanto, si se pretende incidir en la realidad, resulta indispensable conocerla bien porque, antes de proponerse combatir seriamente la pobreza y la desigualdad, es lógico que se debe saber cuántos son los afectados, dónde están y quiénes son. El programa Tekoporã, de la Secretaría de Acción Social (SAS), incluye transferencias monetarias a los hogares en situación de extrema pobreza. Como no hay datos ciertos sobre ella, mal podría la SAS planear sus acciones e identificar a sus destinatarios: si se guiara por los datos oficiales, es de presumir que está gastando más de lo necesario al beneficiar a personas que ya tienen satisfechas sus necesidades básicas. Si ignora la magnitud de la pobreza, no sabemos cómo la Secretaría Técnica de Planificación (STP) podría elaborar sus planes indicativos para el sector privado e imperativos para el público. Ahora se propone registrar a los pobres, es decir, hacer lo que vaivai hacen otros organismos. Habrá que ver cómo seleccionará a las personas a ser registradas, pues para ello deberá tener algún criterio a priori, salvo que espere que quien se considere pobre vaya a inscribirse porque así se lo pide la STP.
Está bien claro que el Gobierno y el propio sector privado necesitan contar con información verdadera acerca de la pobreza y la desigualdad. Por eso es que son tan deplorables los rotundos fracasos del Censo de Población y Viviendas realizado en 2012 y del censo agropecuario impulsado en 2013 por el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert).
También con relación a la tenencia de la tierra se manejan cifras arbitrarias, que se repiten alegremente y muestran una altísima concentración de la propiedad inmobiliaria. Como faltan datos ciertos, es para aplaudir el reinicio de los trabajos. Las últimas estadísticas, muy dudosas, derivan del censo agropecuario de 1991.
No se puede negar, en absoluto, que la pobreza y la pobreza extrema constituyen una dolorosa realidad para muchas familias paraguayas y que hay mucha desigualdad en la distribución del ingreso. Sin embargo, los datos que se manejan en el debate público y que hasta el actual Gobierno emplea para diseñar políticas –Horacio Cartes prometió reducir a la mitad la pobreza extrema– no reflejan con exactitud la dimensión de ambas expresiones de la realidad social nacional, por lo que urge contar con datos ciertos para no hablar en vano ni actuar a ciegas, como está sucediendo en la actualidad.
En otro orden, hay organizaciones no gubernamentales que reciben fondos de los países ricos para paliar los dramas sociales, pero también para abonarles altos sueldos a sus gestores. Igualmente están, por ejemplo, los que buscan motivos para el lamento cotidiano, sin proponer medidas para remediar la triste situación. Para todos ellos es una pésima noticia la que el economista brasileño dio en una larga y muy aclaratoria entrevista publicada por nuestro diario, apoyado en atinadas consideraciones metodológicas y datos comparativos elocuentes.
Hasta ahora, los quejosos habían tenido la gran ventaja de no ser desmentidos ni siquiera por las estadísticas oficiales. Es que hasta ahora a las autoridades nacionales no les molesta que el Paraguay figure entre los países más pobres, ya que así fluyen con mayor facilidad los “préstamos para el desarrollo” cuyo manejo resulta muy rentable para los funcionarios gubernamentales del área.
Dado que las Encuestas de Hogares mostraban una gran reducción de la pobreza extrema en el interior del país y un aumento en la Gran Asunción, en febrero de 2008, bajo el Gobierno de Nicanor Duarte Frutos, a la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (DGEEC) se le ocurrió –no podemos suponer que con mala intención– alzar arbitrariamente el costo de la canasta básica para medir la pobreza en el área rural y bajó el costo de la usada para medir la pobreza en el área metropolitana, con el resultado de que la pobreza extrema en todo el país llegó ese año al 19%, cuando según los precios manejados hasta entonces debería haber sido del 14,3%. Si se usara la metodología del Banco Mundial –un valor en dólares diario como ingreso mínimo– la pobreza extrema habría sido en 2010 de poco más del 7%, a diferencia del 18% de la última cifra oficial, que data de 2011, atendiendo a los parámetros expuestos por el investigador brasileño.
El Dr. Weber desmiente la opinión generalizada de que el crecimiento económico del Paraguay no está beneficiando a los pobres y afirma que, cualquiera sea el método empleado, la pobreza está disminuyendo, pues de lo contrario no se explicaría un aumento anual del consumo de entre el 20 y el 30%. El propio Banco Mundial habría detectado que, entre 2002 y 2010, la participación de los más pobres en el ingreso total subió de 2,5% a 3,3%, en tanto que la de los más ricos bajó del 60 al 56%, lo que sería la segunda mayor caída de la desigualdad en América Latina después de Brasil. Ciertamente, no resulta asombroso que, según el entrevistado, en el mismo lapso haya crecido espectacularmente la compra de bienes durables –heladeras, televisores, teléfonos móviles, motocicletas– por parte de la población de menores ingresos. La percepción visual de la gente del consumo a lo largo de estos años coincide con esa afirmación. Si en la capital hubo un aumento de la desigualdad es porque los aumentos salariales de los funcionarios públicos de Asunción fueron muy superiores a los de los trabajadores del sector privado, como ya se señaló más de una vez. Según el estudio, la reducción de la desigualdad a nivel nacional se debe a los agronegocios, al generar dólares que en buen porcentaje permanecen en el entorno de las fincas productivas y tienen un gran efecto multiplicador. La estabilidad del guaraní hizo que el trabajador paraguayo triplicara su ingreso en dólares en los últimos diez años, disminuyendo así la pobreza y la desigualdad.
Más allá de sus estimaciones, el Dr. Weber vuelve a evidenciar que uno de los grandes problemas con que tropezó y tropieza la acción del Gobierno nacional es la falta de información confiable. Por lo tanto, si se pretende incidir en la realidad, resulta indispensable conocerla bien porque, antes de proponerse combatir seriamente la pobreza y la desigualdad, es lógico que se debe saber cuántos son los afectados, dónde están y quiénes son. El programa Tekoporã, de la Secretaría de Acción Social (SAS), incluye transferencias monetarias a los hogares en situación de extrema pobreza. Como no hay datos ciertos sobre ella, mal podría la SAS planear sus acciones e identificar a sus destinatarios: si se guiara por los datos oficiales, es de presumir que está gastando más de lo necesario al beneficiar a personas que ya tienen satisfechas sus necesidades básicas. Si ignora la magnitud de la pobreza, no sabemos cómo la Secretaría Técnica de Planificación (STP) podría elaborar sus planes indicativos para el sector privado e imperativos para el público. Ahora se propone registrar a los pobres, es decir, hacer lo que vaivai hacen otros organismos. Habrá que ver cómo seleccionará a las personas a ser registradas, pues para ello deberá tener algún criterio a priori, salvo que espere que quien se considere pobre vaya a inscribirse porque así se lo pide la STP.
Está bien claro que el Gobierno y el propio sector privado necesitan contar con información verdadera acerca de la pobreza y la desigualdad. Por eso es que son tan deplorables los rotundos fracasos del Censo de Población y Viviendas realizado en 2012 y del censo agropecuario impulsado en 2013 por el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert).
También con relación a la tenencia de la tierra se manejan cifras arbitrarias, que se repiten alegremente y muestran una altísima concentración de la propiedad inmobiliaria. Como faltan datos ciertos, es para aplaudir el reinicio de los trabajos. Las últimas estadísticas, muy dudosas, derivan del censo agropecuario de 1991.
No se puede negar, en absoluto, que la pobreza y la pobreza extrema constituyen una dolorosa realidad para muchas familias paraguayas y que hay mucha desigualdad en la distribución del ingreso. Sin embargo, los datos que se manejan en el debate público y que hasta el actual Gobierno emplea para diseñar políticas –Horacio Cartes prometió reducir a la mitad la pobreza extrema– no reflejan con exactitud la dimensión de ambas expresiones de la realidad social nacional, por lo que urge contar con datos ciertos para no hablar en vano ni actuar a ciegas, como está sucediendo en la actualidad.
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