Ing. Agr. (M.Sc.) (H.Cs) Alfredo S. Molinas M.; Como
Asesor Agroambiental, como Ex ministro de Ambiente y Ex Ministro de Agricultura
y Ganadería de Paraguay, Actualmente Asesor de la Presidencia de la Universidad
San Carlos (USC), fui entrevistado para una investigación académica sobre el
sector rural de Paraguay y luego de esa entrevista tuve unas reflexiones sobre
las circunstancias del sector rural y sus impactos con sus efectos colaterales más
perjudiciales especialmente áreas urbanas y suburbanas del país, como está el
campo actualmente y deseo exponer por este medio mis apreciaciones respecto a
lo que pude responder acerca de los antecedentes históricos, evolución y
circunstancias actual del sector rural del país.
I.- INTRODUCCION
Paraguay se ha consolidado en las últimas décadas como
un país agrícola. El sector productivo privado es uno de los pilares
principales de la economía nacional, generando divisas, empleo y competitividad
en los mercados internacionales. Sin embargo, este logro se sostiene casi
exclusivamente gracias al esfuerzo de productores, asociaciones y gremios,
mientras los gobiernos han permanecido completamente ausentes y se limitaron a
proyectar una mejor imagen valiéndose de los resultados alcanzados por el
sector privado, pero sin aportar políticas claras de un acompañamiento real.
Lastimosamente el desarrollo productivo no ha estado
acompañado por políticas gubernamentales que contengan a la población rural, lo
que se refleja en un fenómeno preocupante; la migración rural y el desarraigo
del campo.
Estos dos problemas sociales se tratan de algo estructural
atribuible exclusivamente al vacío del estado en la formulación de planes
integrales para el desarrollo rural real.
II.- UN CAMPO MÁS PRODUCTIVO, PERO CON MENOS FAMILIAS
La comparación entre los censos de 2008 y 2022 revela
una paradoja. La superficie cultivada creció, los rendimientos aumentaron y los
commodities agrícolas se consolidaron como motores de la economía. Pero al
mismo tiempo, y según los datos del propio censo cientos de fincas desaparecieron,
especialmente en rubros vinculados a la agricultura familiar;
- Más
de 110.000 fincas de maíz se perdieron en 14 años.
- En
mandioca, desaparecieron casi 78.000 productores.
- El
algodón pasó de más de 50.000 productores a apenas 423, una caída del 99%.
- El
tabaco se redujo de 2.577 a 607 fincas.
La producción crece, pero con menos personas
participando. El resultado
es un campo más mecanizado y eficiente en lo económico, pero socialmente más
vacío del estrato rural, con comunidades rurales debilitadas y familias
empujadas hacia las ciudades.
Debe quedar claro que no es el modelo de desarrollo
mecanizado y tecnificado que genera la migración rural, sino la deficiente atención
gubernamental al sector rural, a los campesinos y a los productores que
necesitan asistencia y créditos.
Y justamente el ultimo censo agropecuario nos menciona
que apenas el 15% de los productores tuvo asistencia técnica y menos del 15% pudo
acceder a algun tipo de créditos. también demuestra que creció el número de
productores de menos de 1 hectárea (más o menos un 35,5%), mientras
desaparecieron muchos de escala mediana.
Estos cifras estadísticas oficiales nos demuestran con
claridad que la ruralidad existe, pero está desprotegida y desatendida por los
gobiernos.
Presentando y debatiendo las ideas, conclusiones y
recomendaciones con autoridades del MADES
III.- ARRAIGO RURAL COMO DEUDA POLÍTICA DE LOS
DIFERENTES GOBIERNOS
El arraigo rural debería ser el centro de cualquier
estrategia de desarrollo. No se trata solo de producir más, sino de garantizar
que las familias puedan vivir y prosperar en el campo con acceso a educación,
salud, crédito, conectividad y empleo digno.
La desaparición de cientos de fincas refleja un
proceso silencioso pero constante, en donde familias rurales que abandonan la
agricultura y migran hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades. Este
movimiento demográfico genera un doble problema.
Por un lado, debilita el tejido social en el campo y
reduce la diversidad productiva de alimentos básicos. Por el otro, incrementa
la presión sobre las zonas urbanas, que no siempre cuentan con infraestructura
ni servicios suficientes para absorber a la nueva población.
Y hoy en día se da el fenómeno social donde las ciudades
urbanas crecen en población, pero también en desigualdad, empleo informal y
expansión de cinturones de pobreza.
Mientras tanto, el campo pierde población, escuelas y puestos de salud se
vacían, y comunidades enteras quedan debilitadas.
IV.- MIGRACIÓN RURAL Y PRESIÓN URBANA EL IMPACTO CON EFECTOS COLATERALES
El
proceso de migración rural que está viviendo Paraguay tiene un doble impacto:
- El campo se vacía.
- Las ciudades se
saturan.
La migración rural es una consecuencia del abandono de
los diferentes gobiernos y tampoco culpa del modelo productivo. Las miles de familias que abandonan el campo no lo
hacen porque lo deseen, sino porque no tienen otra opción. El resultado de todo
esto es un campo más productivo, pero con menos personas, y comunidades cada
vez más debilitadas comunitariamente. El problema rural no desaparece;
simplemente se convierte en problema urbano.
Probablemente la culpa y responsabilidad la deben
asumir varios gobiernos por la forma en como llegamos a este punto, pero hay
una responsabilidad indelegable y actual que se debe con urgencia contener y
manejar esta circunstancia. Ya que en todos los sectores tienen impactos que se
están acrecentando;
- En lo
social, la agricultura familiar está abandonada y sin programas de apoyo
sostenidos.
- En lo
productivo, incluso los grandes y medianos productores enfrentan la falta
de previsibilidad y acompañamiento, y recurren a formar asociaciones y cooperativas
para suplir lo que debería brindar el estado.
- En lo
urbano, no existe estrategia mínima para absorber la migración interna
generada por la falta de oportunidades en el campo.
La falta de respuesta gubernamental es más que
notable, no existe un plan nacional robusto para sostener al sector campesino y
rural. Los programas destinados a la agricultura familiar son fragmentados, de
bajo alcance y sin continuidad. Tampoco hay estrategias de diversificación
económica, ni de provisión adecuada de servicios básicos, infraestructura o
acceso a nuevas tecnologías que permitan mejorar la calidad de vida en el
campo.
Y si bien el sector productivo privado ha logrado
consolidar un modelo competitivo en los commodities agrícolas, el Estado
tampoco cumple un rol significativo para acompañar y fortalecer esa capacidad.
No existen políticas agropecuarias de largo plazo que brinden previsibilidad,
seguridad jurídica y respaldo técnico a un sector que es el pilar económico del
país.
V.- ESTABILIDAD ESTADÍSTICA RURAL PERO UNA REALIDAD
CON REACOMODO CONSTANTE
Los datos globales del Censo Agropecuario refuerzan
esta tendencia. Entre 2008 y 2022, el número total de fincas se mantuvo
prácticamente igual (unas 290 mil), y la superficie total cultivada incluso se
redujo levemente. La superficie promedio por finca pasó de 107 a 104 hectáreas,
un cambio marginal pero que esconde una transformación que está ocurriendo en
el campo, la desaparición de cientos de fincas en ciertos rubros.
Esta aparente estabilidad estadística no refleja un
desarrollo equilibrado, sino una ruralidad en reacomodo constante, en donde los diferentes gobiernos no han jugado
ningún papel estratégico para sostener a la población rural ni tampoco para
acompañar al sector productivo de medianos y grandes productores.
A pesar de que el sector productivo es uno de los
pilares de la economía nacional, el sector agropecuario y en especial el sector
campesino rural, recibe muy poco acompañamiento estatal en servicios básicos de
apoyo, financiamiento y desarrollo organizativo. Y últimamente algunos entes del estado forman
alianzas con ONG y agencias de cooperación que terminan imponiendo
condicionantes al campo.
VI.- CONCLUSIÓN
El estado tiene una deuda política con la ruralidad
paraguaya. Los datos existen, las debilidades son conocidas y los diferentes
gobiernos no actuaron. Estamos felices por la evolución y la innovación que
nos muestran los resultados del censo en ciertos aspectos, pero no hay ni
evolución ni innovación en las decisiones políticas gubernamentales para apoyar
al campo.
El desafío de nuestro país no debe ser transformar el
desarrollo agropecuario, que es y
seguirá siendo una de sus principales fortalezas, sino complementarlo con
políticas públicas que sostengan la vida en el campo y fortalezcan al mismo
sector productivo.
Sin estas medidas, el país corre el riesgo de
consolidar un sector agropecuario exitoso pero desarraigado y ciudades cada vez
más desbordadas. La migración rural no es un fenómeno casual sino que es la
consecuencia directa de la ausencia de planificación de los diferentes
gobiernos y se debe empezar por diseñar un modelo de desarrollo equilibrado,
que combine productividad con inclusión social y territorial.
Los diferentes gobiernos tuvieron en sus manos la
evidencia estadística, la evidencia de lo social y los problemas urbanos y
rurales, pero lastimosamente no han asumido su responsabilidad y han mantenido una
indiferencias continua contra la ruralidad. Es hasta una incoherencia de
que los diferentes gobiernos se ufanen del crecimiento de la economía o
aperturas de mercados, pero no apuesta ni tiene políticas claras para mejorar
el sector rural del país.
Las decisiones políticas ya no pueden esperar ante los
datos sobre la fragilidad del arraigo rural. El arraigo no puede depender de la
voluntad aislada de los productores, sino que requiere políticas públicas que
aseguren acceso a educación, salud, crédito, conectividad y alternativas de
empleo. Sin ese acompañamiento el campo seguirá siendo un lugar productivo más
mecanizado, pero menos habitado, donde las comunidades pierden vitalidad social
y con una migración rural que se traslada a las ciudades, y con ella los
problemas que suceden.
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