02 de Setiembre de 2012
Hambruna y pobreza: daños colaterales de la guerra transgénica
Irónicamente, la virulenta reacción desatada en nuestro país por
ciertas organizaciones agrarias como la Federación Nacional Campesina,
ONG y partidos de izquierda contra el uso de la tecnología de
recombinación genética en la agricultura y la ganadería no representa en
última instancia los genuinos intereses de los agricultores o
consumidores de los países pobres del mundo.
Por ejemplo, actualmente nuestros indefensos agricultores pequeños pierden de 15 a 45% de su maíz o de su algodón por culpa de insectos y otras plagas. Si ellos pudieran plantar semillas de maíz genéticamente modificado (GM), podrían reducir grandemente sus pérdidas sin recurrir a la cara fumigación química contaminante. Los críticos de la revolución GM temen que los cultivos transgénicos puedan dañar el medio ambiente contagiando a las especies nativas de cultivos tradicionales que puedan existir en la misma área, pero hasta ahora no hay pruebas científicas concluyentes de que eso pueda suceder, así como tampoco que los alimentos GM que hoy se producen comercialmente dañen la salud.
Por ejemplo, actualmente nuestros indefensos agricultores pequeños pierden de 15 a 45% de su maíz o de su algodón por culpa de insectos y otras plagas. Si ellos pudieran plantar semillas de maíz genéticamente modificado (GM), podrían reducir grandemente sus pérdidas sin recurrir a la cara fumigación química contaminante. Los críticos de la revolución GM temen que los cultivos transgénicos puedan dañar el medio ambiente contagiando a las especies nativas de cultivos tradicionales que puedan existir en la misma área, pero hasta ahora no hay pruebas científicas concluyentes de que eso pueda suceder, así como tampoco que los alimentos GM que hoy se producen comercialmente dañen la salud.
Irónicamente,
la virulenta reacción desatada últimamente en nuestro país por ciertas
organizaciones agrarias como la Federación Nacional Campesina (FNC), ONG
y partidos políticos de izquierda contra el uso de la tecnología de
recombinación genética en la agricultura y la ganadería, a semejanza de
lo que sucede en la Unión Europea y otros países industrializados del
Asia como Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, no representa
en última instancia los genuinos intereses de los agricultores o
consumidores de los países pobres del mundo.
Lo trágico en esta
guerra comercial global no es que ella tenga lugar, sino que los más
directamente perjudicados por sus efectos no tengan voz ni voto en la
cuestión, habida cuenta de que las potenciales ganancias de esta nueva
tecnología son más significativas para los agricultores y consumidores
pobres de los países en desarrollo antes que para los de los países
industrializados que se oponen a ella, con la excepción de los Estados
Unidos, cuna de esta innovación tecnológica y su principal impulsor.
Los
consumidores y los grupos ambientalistas, en particular los de Europa,
catalogan a los cultivos de alimentos genéticamente modificados (GM)
como dañinos para la salud humana y para el ambiente, si bien los
riesgos invocados son, hasta ahora, mayormente hipotéticos. Aun cuando
la modificación genética de animales y plantas es un fenómeno generado
por la propia naturaleza con el paso del tiempo, la actual ingeniería
genética es más bien reciente. Se originó a comienzos de la década de
1970, pero su aplicación industrial en Estados Unidos tardó unos diez
años en cobrar impulso tras las medidas de protección legal de la
tecnología desarrollada mediante patentes de invención extendidas a
favor de las corporaciones involucradas en la misma.
Al amparo de
la protección legal de sus derechos intelectuales, las corporaciones
interesadas en la comercialización de sus inventos genéticos realizaron
grandes inversiones para comercializar sus nuevos productos, que
ofrecían ventajas competitivas con relación a los cultivos agrícolas
tradicionales, tales como mayor resistencia a las plagas y a las
malezas, y mejor conservación del suelo.
Así, la compañía Monsanto
desarrolló la soja GM inmune al glifosato, el ingrediente activo del
herbicida “Roundup” que con una simple fumigación mata las malezas sin
dañar al cultivo de soja. En contrapartida, para la soja convencional
este herbicida es letal, lo que obliga al uso de herbicidas más tóxicos y
de más prolongado efecto residual, con el consecuente deterioro de la
calidad del suelo y la contaminación ambiental. Por su parte, otras
compañías han desarrollado variedades GM de algodón y maíz que contienen
una toxina de ocurrencia natural denominada Bacillus thuringiensis
(también conocidas como Bt), que minimiza la acción depredadora de
insectos y otras plagas en la planta, reduciendo considerablemente la
necesidad de fumigación química.
Estas variedades GM fueron
liberadas para su uso comercial a gran escala en Estados Unidos en 1996,
tras muchos ensayos tendientes a detectar eventuales riesgos para otros
cultivos y animales. Tres años después, en ese país alrededor de la
mitad de los cultivos de soja y un tercio del de maíz eran ya GM. Sin
embargo, contra lo esperado, esta revolución genética en la agricultura
no tuvo la aceptación que sus propulsores esperaban. Así, en 1999,
mientras más del 70 por ciento de los cultivos agrícolas en Estados
Unidos eran ya GM, en Argentina alcanzaba solo 17 por ciento y en Canadá
10 por ciento, en tanto que en Brasil era nulo por prohibición legal.
Tampoco prosperó en Europa, donde apenas en España, Francia y Portugal
se cultivaron algunas parcelas. La principal razón fue que desde el
principio los consumidores europeos temieron que los alimentos GM fueran
dañinos para la salud humana. Por este tiempo también se inició el
cultivo furtivo de la soja GM en el Paraguay, en particular en los
departamentos de Itapúa y Alto Paraná.
En nuestro país, pese a la
renuencia de las autoridades nacionales a liberar los cultivos GM, estos
han venido prosperando gradualmente, a tal punto que actualmente casi
todos los cultivos de soja y trigo son transgénicos y están en vías de
serlo los de algodón, maíz y arroz, tal como ocurre en Argentina y
Brasil. En el primero de ellos la agricultura GM copa virtualmente el
100 por ciento de los principales cultivos agrícolas, en tanto que en el
segundo se están intensificando en la medida en que el Gobierno va
levantando las restricciones legales que frenaban su implementación.
Dejando
de lado la guerra comercial de alimentos GM en que están engarzados los
países industrializados, tanto en el ámbito de la Organización Mundial
de Comercio (WTO, por sus siglas en inglés) y otros foros
internacionales, como la Convención sobre Diversidad Biológica (CBD), a
lo que el Gobierno del Paraguay debe apuntar es a tratar de sacar el
mayor provecho posible de la tecnología genética para mejorar la
productividad de los agricultores pequeños pobres, lo que se traduciría
en mucho mayor ingreso en la venta.
Por ejemplo, actualmente
nuestros indefensos agricultores pequeños pierden de 15 a 45 por ciento
de su maíz o de su algodón por culpa de insectos y otras plagas. Si
ellos pudieran plantar semillas de maíz GM que contengan Bt, una toxina
plaguicida, podrían reducir grandemente sus pérdidas sin recurrir a la
cara fumigación química contaminante. Los expertos estiman que en
nuestro país, con la siembra de arroz GM, se podría mejorar la
productividad de ese rubro en un 25 por ciento.
Los críticos de la
revolución GM temen que los cultivos transgénicos puedan dañar el medio
ambiente contagiando a las especies nativas de cultivos tradicionales
que puedan existir en la misma área, pero hasta ahora no hay pruebas
científicas concluyentes de que eso pueda suceder, así como tampoco que
los alimentos GM que hoy se producen comercialmente dañen la salud.
La
verdad es que los productos transgénicos no solo reducen la necesidad
de fumigaciones químicas, a menudo tóxicas, como los que con frecuencia
se denuncian desde los asentamientos rurales, sino que pueden contribuir
para una mejor conservación de los suelos y la protección de las
especies existentes en el área. El único problema que puede visualizarse
no es que los agricultores pobres se tornen dependientes de Monsanto y
de otras empresas que comercializan los insumos GM. Lo que en realidad
sí puede suceder y sucede es que las empresas proveedoras de los insumos
GM hagan faltar el producto en nuestro país –como ocurrió este año con
la semilla del algodón GM– por la sencilla razón de que los agricultores
paraguayos pobres no tengan el poder económico para comprar las caras
semillas GM.
El Gobierno debe asegurarse de que tal cosa no ocurra, mediante una política de asistencia agraria proactiva.
ING. ALFREDO MOLINAS
EXCELENTE ANÁLISIS SOBRE LOS EVENTOS GM EN EL PARAGUAY, ESPERO QUE LAS AUTORIDADES ACTUALES ENTIENDA QUE SUS ACCIONES EN CONSECUENCIA A LO PLANTEADO EN ESTE EDITORIAL DE ABC CONTRIBUYA CON EL DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL DEL SECTOR AGRO-RURAL DEL PARAGUAY.
Fuente de img: Google
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